I
‘Buenos días’ el bisbisea todavía con los ojos cerrados. Hay un sólo rayo de luz que entra en la pequeña habitación y se refleja en el blanco de la manta. Ella contesta con un gemido ininteligible y la misma voz tan dormida. Levanta su mano derecha y con movimientos lentos pero inhábiles se deshace de todos los cojines que la rodean. ‘Buenos días’ repite mientras se estira: libera sus piernas dobladas bajo su cuerpo y les coloca una a una fuera del calor de los textiles, mueve los dedos del pie pintados con un rojo púrpura que parece el amanecer que está de camino y se erige, alargando su espalda y su nuca hasta a sentir los pelos finos de las camas de su compañero bajo su piel. Poco a poco – con la lentitud de la mañana – los dos se desentumecen.
‘Pero no te acuerdas del paseo que hemos dado esta noche? Subimos la montaña detrás de casa, gritando todos nuestros miedos a los arboles bailando al ritmo de la corriente, nos dejamos llevar por este viento ligero y bajamos con las primeras luces del día al pueblo hasta a saludar los pescadores habituales del puerto. Se te ha ido?’
II
‘Escapamos-nos’ ella bisbisea en su oreja izquierda. Bisbisea pero lo hace con mucho ardor. El se gira, la mira en los ojos y levanta su mano para acariciar la mejilla con su pulgar. Traza una linea fina de su ojo hasta al inicio del cuello – disfrutando del toque de esta piel tan fina y blanca. Dejando sus labios secos. Dejando sus ojos húmedos. Dejando sus corazones palpando. ‘Escapamos-nos’ repite, y parpadea para ella, en signo de envalentonamiento a su cómplice.
***
Los dos han llegado al pico más alto que supervisa las pocas casas agrupadas a formar un vecindario. Están rectos encima de la montaña – bajo sus pies tierra, arriba sus cabezas aire. Aire fresca que no sentían desde hace semanas. El cambio de la ciudad a esta soledad se nota en su respiración. Cogen el aire como si fuera el último soplo.
‘Aquí estamos. Todo parece tan calmo visto de arriba. Nada se mueve, todo quieto y inmóvil.’ dice el, dejando pasear su mirada de las colinas finas a su izquierda pasando por la valle con las pocas casas y parando al puerto con las luces que brillan en los movimientos de las ondas del mar. ‘Yo no estoy calma. En mi si que hay movimiento. Hay intranquilidad.’ ella contesta con una voz fría y tan distinta de su tono habitual. ‘Estar aquí me da miedo. Temo tantas cosas al estar aquí fuera del día a día – me obligo a pensar de otra manera de los sacros lunes y me da cosa. Me da cosa estar aquí a tu lado sin hacer nada, sin ninguna razón, solo porque se nos pasó por la cabeza. Que se nos ha ocurrido?’ Los ojos verdes que antes observaban las ondulaciones del agua, han aterrizado en la cara de ella. Las miran y buscan una conexión. ‘Cálmate.’ – ‘Intentaré.’ replica y asiente con la cabeza.
‘Si que hay una razón por la cuál estamos aquí.’ – ‘Si?’ Sus ojos buscan los suyos. Buscan afirmación. – ‘Si.’ Con una sonrisa ligera coge su mano y ella, aunque hesitando, se deja llevar. Juntos – uno con pasos fuertes, otro con un pequeño retraso y mucha inseguridad – van hasta el abismo de la montaña.
‘Gritamos todos nuestros miedos al viento. Toda esta corriente del oeste se los llevará. Que temas? Que te dice esta inquietud en ti?’
‘Temo.’ – ‘Que temas?’ – ‘Temo que’ – ‘Valiente que eres!’ la interrumpe de un golpe con un grito fuerte, hace un paso más en dirección del precipicio, abre sus brazos y se erige bien recto. Se gira y la mira profundamente. Ella empieza otra vez ‘Temo que’ y con estas palabras se levanta también, quita su abrigo, deshace su pelo rubio y se pone en punta de pie. Con una voz fervorosa grita:
‘Me llaman Sally’ y se deja recaer en sus pies, baja los brazos y sacude su cabeza riendo. El continua mostrando tanta pasión como ella en su voz – ‘Me construyen una casa.’ y así empieza el juego. ‘Me roban las nubes.’ – ‘Me regalan un perro.’ – ‘Me cortan el pelo.’ – ‘Te cortan el pelo?’ – ‘Me cortan el pelo!’ grita con una gran sonrisa y aún más vehemencia. ‘Te cortan el pelo’, el se une a este grito, creando un eco para sus palabras. ‘Me llevan de vacaciones a la ciudad.’ – ‘Me llevan de vacaciones en un camping.’ Los dos se retumban en la hierba de la montaña – están ahí estirados con las cuatro patas lejos del cuerpo, riéndose y cogiendo aliento.
Y así continúan a lanzar todos sus miedos al viento. Hace un frío bestial ahí arriba pero ella insiste en no ponerse la chaqueta. Está casi desnuda y con el pelo deshecho, los brazos abierto acogiendo el frío. Los jeans largos ya no tienen en la cadera, tanto tiembla de convicción y agotamiento.
III
‘Tengo ganas de olivas.’ una declaración sorprendente, bisbiseada en la oscuridad de la noche. Sin esperar ninguna reacción de su compañero continua volviendo a cerrar los ojos. ‘Me acuerdan la infancia y la alegría. Mi abuela solía ir a buscarlas de su vecino que tenía unos cuantos arboles en su jardín. A veces, nosotros – los peques – nos acercamos con pasos silenciosos hasta a su murito de piedras para gatear unos de estos frutos dulces. Son buenos recuerdos estos. Ya no existe la casa de campaña que teníamos.’ con este pensamiento se gira en su otra espalda, la cara frente a la pared ahora, y se re-enduerme. Aunque no habló, está despierto y se imagina esta escena apenas contada. Ella de niña birlando olivas del jardín del vecino. No ha cambiado ni un pelo desde entonces, sigue siendo la misma. Suple, deja que sus labios formen una sonrisa y el también cambia de posición cerrando los ojos.
***
En zigzag bajan al pueblo por las calles desertas. El color del cielo se parece al azul marino de los tejanos habituales y con sus nubes flotantes imita la misma estructura irregular. Un azul clarito, un azul fuerte se intercambian alegremente. Al lado de la carretera parece haber árboles de olivas, las redes están puestos en el suelo alrededor de las plantas y quedan unas escaleras apoyadas en los troncos fuertes.
IV
‘He dormido al revés, parece.’ bisbisea en su pelo. Su cara está inmergida en el pelo negro y lleno de bucles que lleva. Respira profundamente con su nariz y libera el aliento de toda fuerza con la boca – deja entrar este aire en las mechas del pelo oscuro. Con su respiro remolina los rizos y enseguida vuelve a agruparlos con un ligero empujón la punta de su nariz. ‘Si. Querías contar los dedos de mi pie y te has girado.’ ‘Porque debería contar tus dedos?’ – ‘No lo se. Es lo que hiciste tu.’
***
Son estos pies con todos sus doces dedos que bajan las carreteras irregulares desde la montaña hasta al mar. Las carreteras se enroscan con los cambios de altura de la ceja más orgullosa hasta a la plana en la costa. Los dos caminan tranquilamente mirando en frente. Sus brazos se tocan y las piernas caen en un ritmo uniforme. ‘Son bonitas nuestras pieles juntas, no?’ – ‘Si, lo son.’
V
‘Duermes?’ pregunta con un bisbiseo flojito en su oreja. ‘Duermo’ repite con la misma voz tan dulce.
***
Mano en mano pasean por la playa. Se han quitado los zapatos y los calcetines, los llevan alrededor de sus cuellos y han remangado el tejido de sus pantalones. La arena fina juega con sus dedos, les acaricia como un gato suave y unos granos se reposan en el arco del pie. En intervalos in-iguales una onda llega a tocar sus pieles. Hay solo pocas fuerzas del agua que llegan hasta la arena, pero los que lo logran se quedan jugando con la piel calorosa y los granos vagos. Forman un contrasto bonito con las uñas pintadas de rojo que lleva ella.
‘Porque el mar lleva el articulo masculina?’ interrumpe ella el ritmo de las ondas que top contro contra la ribera. ‘Al mirarlo me parece bastante femenino.’ – ‘Al mirarla me parece bastante femenina.’ repite el las palabras con un cambio ligero y después de tres pasos más añade ‘Los franceses piensan como tu. La mer.’ – ‘Me gustan los franceses. Vamos a Bordeaux?’ – ‘Ahora?’ pregunta y se queda quieto en sus pasos. ‘Porque no?’
VI
‘Te gustaría ser marinero?’ una pregunta bisbiseada en baja voz que no tiene respuesta. Las dos siluetas se mueven en ritmo del respiro bajo la manta blanca como la pared de la habitación. Nadie se mueve, reposan en tranquilidad, están acostumbrados uno al otro. ‘He’, di algo, insiste ella, enviando un toque ligero con su codo en dirección de su compañero. ‘Me gusta tu perfume. Aún más cuanto se mezcla con el mío.’ – ‘Mezclámoslos’ dice con un tono claro. El la engloba por su cintura y la acerca con un movimiento suave. Levanta su pierna y la coloca alrededor de su cadera. Le da un beso ligero en el pelo rubio.
***
Llegan los primeros habitantes del pueblo para comprar el pescado fresco: doradas, pulpos y mariscos de todos tipos están esperando ser preparados para el festín de mediodía. Con estos nuevos desasosiegos, ellos dos deciden alejarse del mar y empiezan a montar las carreteras entrelazadas una otra vez. ‘Espero que alguien se acuerda de nosotros en unos años.’
VII
‘Porque tienes miedo de que te construyan una casa?’ pregunta con palabras bisbiseadas y una mirada que traspasa las pupilas de su cómplice. Lo tiene cautivo con estos ojos claros – el lo sabe dónde mirar, que hacer, que pensar. Se escapa. En su mente evoca las escenas in-interminables y repetitivas de mudanzas y mudanzas. Cada mes un otro lugar, cada temporada una otra ciudad, cada año un otro país. Acaricia sus piernas – mueve su mano derecha del hueso ilíaco hasta su rodilla y vuelve a subir. Baja y sube. Baja y sube. Sin darse cuenta.
Está nervioso y todavía no ha dicho nada. Su mirada se queda fija en el. No se ha movido ni de un centímetro en esta cama que ahora parece aún más estrecha. Un metro y medio que en un momento parece un océano violento que les obliga a abrazarse fuerte para no perderse y en otro momento una cueva angosta, húmeda y calurosa sin ninguna salida visible. No quiere tocar su piel. No quiere oler su pelo. No quiere ver su cuerpo tan cerca a lo suyo. Y no sabe porque. Es esta pregunta tan imprudente, su hambre insaciable de curiosidad y la mente aún inocente que tiene que le ponen nervioso.
Vuelve a pensar en el instante cuándo estaban encima de la montaña gritando sus miedos al viento. Es ahí que se había dejado ir – unas palabras imprudentes que se han grabado en su memoria por siempre. Tiene una memoria que capta cada detalle y lo almacena con mucho cuidado. Con su ropa y los papeles es tan liada pero en su memoria tiene un orden increíble – un orden comparable a lo que reina en la biblioteca del estado.
Es una mujer llena de contradicciones y sorpresas inesperadas quien le mira con timidez. Ha notado el cambio sutil del atmósfera. Preguntando su permiso, levanta la mano que tenía escondida bajo la colcha y empieza a cepillar su pelo negro con sus dedos. Poco a poco deshace cada uno de los rizos, los estira y los deja caer en su frente. Cauta y fervorosa como una madre a su hijo, continua este ligero masaje de su cabeza. Es un acto tan tierno y afectuoso que transforma la cama que parecía cueva desapacible en una mansión acogedora y cálida. Una casa.
Finalmente encuentra su voz y susurra en su oreja. ‘No tendré miedo de la construcción de la casa si puedo ser yo quién dirige las obras y quién decide sobre el grosor de cada pilote que sujeta la casa en el suelo.’ Espira el aliento que no sabía haber detenido hasta ahora y devuelve su mirada. Con una sonrisa breve se inclina y estampa un beso ligero en el lóbulo receptor de sus declaraciones.
***
No solo las primeras almas al puerto hacen que el pueblecito se despierta, también los pájaros, perros y gallos anuncian el inicio del nuevo día. ‘Volvamos a casa.’ dice, cogiendo su mano, y estirándola unos pasos en dirección de la masía azul. Los colores de las nubes ya no son distinguibles, las luces del día se hacen demasiado fuertes.
VIII
‘No te despiertas, te quiero mirar durmiendo.’ dice con un dulce bisbiseo apenas perceptible. Y ella lo deja mirar, no se mueve ni un centímetro. Sus piernas largas están cruzadas bajo su cuerpo y sus brazos abrazan su tórax estrechamente. No se mueve y le deja todo el tiempo para entender y memorizar cada uno de sus poros, lunares y pelitos.
***
Los dos están sentados en un pequeño muro a unos cuántos metros del arena. Sus pies bailan en el aire y de vez en cuándo se tocan. Por el resto están quietos – no se mueven demasiado para registrar lo que se pasa en sus entornos.
Al otro lado de la playa – al muelle del puerto hay un grupo de pescadores. Hombres de edad media con jerseys de lana gruesa, botas grandes, guantes y gorros. Unos fuman, otros comparten un líquido caliente de un termos y uno solo está aparte fumando un cigarrillo con la mirada al horizonte.
‘Tienes una rutina en tu vida?’ – ‘Una rutina?’ – ‘Si, una rutina. Como ellos’ dice y asiente con la cabeza en dirección de los pescadores en el puerto que están descargando sus presas de la madrugada. ‘No.’ una palabra corta y fácil acompañada de silencio. Los nubes se mueven de unos metros en el cielo, pasan de dar su abrigo de un barco a vela a otro. Los pescadores organizan sus pescados, los agrupan en las mesas construidas para la ocasión en el pequeño parking del puerto. ‘Te gustaría tenerla?’ – ‘No lo se.’ cierra los ojos para pensar mejor, su lengua humedece su labio inferior y con la mano derecha se toca la cara. Vuelve a abrir los ojos y con decisión declara: ‘No. No quiero tener una rutina. Estoy bien así. Estoy bien como estoy ahora, me gusta mi vida. El futuro – Me lo imagino bastante parecido.’ – ‘No habrá cambios en tus costumbres?’ – ‘Cambio en una costumbre? Esto como funciona? No se pierde la costumbre si se cambia?’ hablan flojo, sin mirarse, haciendo pausas para observar los alrededores y escuchar los sonidos del mar, de las gaviotas y de los pescadores cercanos.
IX
‘Son las ocho y media.’ bisbisea escondiendo su cara bajo las mechas de su cabello largo y rubio. ‘Que dices? Acabamos de volver.’ le contesta, levantándose en su codo. Mira a su compañera, dormida con media cara bajo la manta y la otra mitad escondida entre las mechas rubias y continua: ‘Toca tu pelo, verás que todavía está un poco húmedo. El mar ha dejado sus trazas en tus trenzas.’ Con su mano libera levanta uno de los bucles deshechos y se lo yergue bajo la nariz. Dice: ‘Huélelo. El sal del mar, las algas, los peces – todo se refleja en el perfume dulce de tus rizas claras.’ Con un movimiento firme de su cabeza libera el bucle de su mano y vuelve a esconder su cabeza bajo el tejido mórbido de la manta. No contesta nada más.
‘Hay que levantarse, verdad?’ – ‘Solo si quieres.’ – ‘Podría quedarme aquí: pasando días subiendo y bajando montañas, pasando semanas gritando a los vientos del mundo, pasando meses mirando el mar y los movimientos de los peces.’ y con estas palabras vuelve a arrebujarse en la manta blanca y a acurrucarse con todos los cojines que la rodean como una larva en su capullo. Lentamente pasan los minutos. ‘Sally, my dear, que dices si nos levantamos. Se hace tarde.’